lunes, 18 de diciembre de 2017

Bibere vivere, Zarach Llach


A lo largo de la vida de un profesor son muchos los alumnos y las alumnas que pasan por nuestras clases. De todos ellos aprendemos constantemente. Unos nos enseñan contenidos, sorprendiéndonos con aspectos de nuestra área de conocimiento que desconocíamos, de otros conseguimos mejorar procedimientos, descubriendo nuevos recursos, nuevas fuentes, nuevas tecnologías y nuevas maneras de hacer y de muchos aprendemos actitudes, con ejemplos diarios de superación personal, valentía, compañerismo y calidad humana. Raro es el día que no regresamos con algo nuevo en la mochila. Todo ello hace que nuestras competencias como docentes estén en continua renovación, en un proceso sorprendentemente inestable y apasionante. Sin duda, enseñar es también aprender y los que deseamos constantemente aprender amamos enseñar.

Recordar a todos los alumnos es imposible. Sin embargo, hay algunos que nos marcan para siempre, ya sea por pequeños detalles o por grandes aportaciones. Cada uno tenemos los nuestros y algunos son compartidos. Uno de ellos es Zarach Llach. Mi recuerdo de Zarach me traslada al Bovalar del Cuartel Tetuán 14, a aulas de techos altos sin recursos pero llenas de alumnos dispuestos a aprender sin una sola queja, a un instituto en el que la convivencia era tan cercana que se parecía a una gran familia. Cargados de ilusión, los profesores buscábamos sacar el máximo partido de una precariedad que nos limitaba pero que nos unía, y de qué manera, a los alumnos. 

En aquel Bovalar cuartelario Zarach nos dio algunas lecciones. A sus excelentes notas se unía su creatividad, tanto en el dibujo como en la música, su asombrosa generosidad, siempre dispuesto a ayudar a cualquier compañero, su disposición a todo y, como suele decirse, su calidad humana. Sin embargo, la enorme lección que nos dio a todos fue su convicción en su felicidad y su libertad. Tenía muy claro lo que quería hacer. Sin ningún tipo de dudas eligió el camino de las letras y en el temido momento de decidir sobre su futuro nos sorprendió con la elección de la carrera de Magisterio, ninguneando de forma completa cualquier ambición, digamos, superior. Su vocación era ser maestro, escribir y ser feliz. 

Bastante antes de abandonar el instituto Zarach escribía libros. Decía que lo hacía por pura vocación y para entretenerse. Mi sorpresa vino cuando me dejó leer un voluminoso volumen de aventuras totalmente delicioso que, para más inri, utilizaba el nombre de nosotros, sus profesores, como personajes. Yo mismo era un personaje, lo cual me dejó descolocado y maravillado. Desconozco qué habrá hecho Zarach de aquellas historias. Yo aún conservo las “Notas de lectura” de ese libro, en las que Zarach me explicaba cómo se había documentado y el proceso de escritura. Desde ese momento, estuve convencido de que algún día sería escritor.

Según la Real Academia de la Lengua un escritor es una persona que escribe o un autor de obras escritas o impresas. Pues bien, ha llegado el momento y Zarach acaba de publicar Bibere vivere, su primer libro. Con un humor fresco y desenfadado Zarach sumerge al lector en un mundo fantástico poblado por personajes sacados del universo galés y de los mitos mágicos del mundo celta. En un ambiente presidido por la alegría de las tabernas y la fantasía de la magia, los protagonistas viven un sin fin de sorpresas, engaños, traiciones y amistades incombustibles recorridas a lo largo de todo tipo de aventuras, en un proceso de aprendizaje personal y del mundo no exento de dosis de ternura y romanticismo.

Las mayores sorpresas del libro son la perfecta ambientación, su equilibrio, ya que no existen páginas prescindibles ni sobrantes, el vocabulario empleado, preciso y en sintonía con el tono del texto, y el ritmo frenético en el que se sumerge al lector, ya que la acción va absorbiendo su atención de una forma tan elegante que le va acompañando sin forzamiento hasta la culminación del final. Aunque ya sabemos que Zarach hace años que escribe, esto es algo inusual en una primera obra, lo que demuestra su talento para la escritura. Sin embargo, lo que realmente descoloca es conocer que el libro es el desarrollo novelado de las letras del grupo de música de Zarach, llamado Lèpoka, un grupo de folk metal del que es letrista y flautista.

Esto no hace más que demostrar la dimensión del talento de Zarach y confirmar que está logrando aquello que nos enseñó en su paso por el instituto, la importancia de ser feliz en libertad. Ojalá éste no sea más que el primero de una serie de libros que nos hagan aprender tanto.

Bibere vivere, Zarach!

Fernando Peña Rambla
Profesor de Historia IES Bovalar 

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